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La habitación blanca

  • Foto del escritor: Jacqueline Pincheira
    Jacqueline Pincheira
  • 10 feb 2019
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 24 oct 2024


Desesperado, golpeaba con todas sus fuerzas la puerta y las paredes de su habitación. Gritaba, desgarrando su garganta y su alma, pero nadie lo escuchaba. Prisionero en una habitación blanca, había perdido el sentido de orientación. No sabía de tiempos ni distancias. No comprendía por qué estaba en esta extraña prisión.

Su mente, sin embargo, mantenía su completa lucidez. Escuchaba claramente lo que hablaban en la otra habitación. El terror lo inundó como nunca antes, al oír los planes que tramaban contra su vida. Eran voces frías, despiadadas. No se denotaban en sus tonos sentimientos de empatía. Él, totalmente desconcertado, no lograba comprender por qué querían quitarle la vida. Mayor fue su asombro cuando, entre aquellas voces crueles, alcanzó a reconocer la de su esposa. No podía concebir su inhumana traición.

Alguien decía que él ya no estaba allí, que era mejor así. Esa voz lo decía con autoridad, con soberbia, como si realmente lo supiera. Entonces la escuchó a ella asentir, con voz entrecortada, a esta afirmación. Lo siguiente que escuchó fue el sonido del bolígrafo rozando el papel. Supo entonces que su destino ya estaba decidido. Pero aun así, no se rindió. Gritó el nombre de ella con todas sus fuerzas, intentando así, hacerla entrar en razón. ¡Quizás!—pensó—¡si me escucha!, ¡si sabe que la oí…! Pero ella parecía implacable: no se movió, ni reaccionó ante sus gritos desesperados, ante su llanto desgarrador, rogando por clemencia… por perdón. ¡No quiero moriiiiir!—gritó con todas sus fuerzas. Pero eso a ellos no les importó. Siguieron planeando su muerte sin el más mínimo remordimiento… ni dolor.

Apoyó su rostro sobre el pequeño vidrio que tenía la puerta de su habitación, y miró ansiosamente. Se dio cuenta entonces que ambos cuartos se comunicaban.

Vio en los ojos de ella las lágrimas que comenzaban a aflorar. En su rostro se adivinaba el dolor. Dudó un instante: —¡Quizás!¡Quizás sí me escuchó! Por un breve momento recobró la esperanza. Sin embargo, ella abrió la puerta, pasó frente a él, pero no lo miró. Caminaba sollozando, atravesó la sala y, por primera vez, él se percató de la cama que estaba en esa habitación. Alguien estaba acostado allí. Ella le tomó la mano, y desbordó su llanto contenido.


Este es un extracto del cuento La habitación blanca, que aparece en mi libro Cuentos de la luna nueva


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