Lentamente el invierno comenzaba a retroceder. Una brisa fresca le envolvía la piel, obligándola a cruzarse de brazos mientras sostenía su abrigo. Este viento era presagio cierto de la proximidad de una tormenta marina. Aquella podría ser solo una tarde más pero no era así… pesaba sobre sus sentimientos la decisión que cambiaría su vida para siempre…
La tenue luz de la luna la encontró dejando huellas en la arena mojada. Miró largamente el mar. Quizás trataba de encontrar una respuesta, una señal… No había, en el agua plateada, respuesta ni señal alguna que marcara el rumbo de su destino... La duda la asaltaba y torturaba sus pensamientos.
Ella nunca supo de ternuras, ni en su niñez ni en su vida adulta. Solo conoció de agravios y de angustias. En su adolescencia, esperó con ansias la fiesta de sus quince años, pero pasó esa fecha sin que nadie la advirtiera, y ese día fue sólo un día cualquiera… Fue allí, justamente allí, cuando comenzó a morir su cándida inocencia. Su alma blanca de niña se tiño de gris. Supo entonces, con feroz certeza, que no debía esperar nada de la vida porque ésta nada le daría. Se bebió completa la infernal quimera que aguijaba su mente, dejándola desvalida y a la deriva.
Extracto tomado del cuento Partituras amarillas de mi libro "Cuentos de la luna nueva"
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